El síndrome de la terapeuta

El síndrome de la terapeuta

Un artículo profundo sobre el síndrome de la terapeuta: cuando ayudar a otros se vuelve un olvido de una misma. Una invitación a regresar a vos.

Hay mujeres que nacen con el alma afinada.
Que intuyen antes de que se diga.
Que abrazan cuando nadie lo pide.
Que transforman lo invisible en comprensión.

Muchas de ellas terminan siendo terapeutas.
O tal vez, siempre lo fueron… incluso antes de saberlo.

Pero hay algo de ese camino que, si no se nombra, enferma.
Una sombra que se esconde detrás del rol de ayudar.
Una herida silenciosa que crece en quien se olvida de sí por sostener a otros.

Hoy venimos a hablar de eso.
Del síndrome de la terapeuta.
Y de todo lo que empieza a sanar cuando por fin lo decimos en voz alta.

¿Qué es el síndrome de la terapeuta?

No lo vas a encontrar en los manuales de psicología.
No está en ningún DSM ni se estudia en la universidad.
Pero lo sienten miles de mujeres que acompañan procesos terapéuticos, energéticos, espirituales o emocionales.

El síndrome de la terapeuta no es una patología. Es un patrón.
Un modo de existencia donde *dar* se vuelve una forma de sobrevivencia.
Y ayudar, una identidad tan fuerte… que ya no se sabe quién se es fuera de ese rol.

Señales que tal vez te resuenen

* Sentís que siempre tenés que estar bien para acompañar.
* Te cuesta llorar frente a otros o mostrar que vos también tenés procesos abiertos.
* Te sentís más segura ayudando que recibiendo.
* Te da culpa descansar o desconectarte del rol.
* Confundís disponibilidad con amor.
* Idealizás a tus consultantes y te frustrás si no sanan “lo suficiente”.
* Tenés miedo de no ser “tan buena terapeuta” como los demás creen.

Y a veces…
solo querés dejar todo.
Cerrar el consultorio.
Olvidarte de ser “la fuerte”.
Y que alguien te abrace a vos.

El origen: el alma familiar detrás del rol

Desde una mirada astrogenealógica, este síndrome no surge de la nada.
Suele repetirse en mujeres que, desde niñas, fueron el “apoyo emocional” del sistema familiar.
La que mediaba entre mamá y papá.
La que comprendía demasiado pronto.
La que se hizo adulta antes de tiempo.
La que nunca fue cuidada como cuidaba a los demás.

Ese rol de terapeuta empieza mucho antes del título.
Se hereda en forma de pacto silencioso:
“Yo me hago cargo del dolor que nadie quiso mirar.”

Por eso, incluso en la adultez, muchas terapeutas sienten que si no están sanando a alguien… están fallando.


El cuerpo también lo grita

A veces el síndrome de la terapeuta no habla con palabras, pero sí con síntomas:

* Cansancio crónico.
* Inflamación o dolor persistente.
* Menstruaciones irregulares.
* Trastornos digestivos o respiratorios.
* Crisis de sentido, desánimo o desconexión con la vocación.

El cuerpo empieza a pedir lo que la voz no se anima:
Volver a una misma.


De síndrome a revelación

Lo que llamamos “síndrome” también puede ser una iniciación.
Una oportunidad para revisar las bases desde donde estás acompañando.

* ¿A quién querés salvar?
* ¿Qué parte tuya quedó atrapada en ese rol?
* ¿Qué te devuelve vitalidad cuando nadie te mira?
* ¿Cuándo fue la última vez que te dejaste ayudar?

No viniste a ser perfecta.
Viniste a ser presencia.

A habitar tu verdad con tanta honestidad…
que acompañar se vuelva una extensión natural de tu coherencia,
no una máscara para tapar tus heridas.

Ritual de regreso: Honrar lo que fuiste, despertar lo que sos

Te propongo este acto simbólico como un puente entre la terapeuta que fuiste
y la que todavía no te animaste a ser.

Carta de la vuelta a casa

Vas a escribir una carta.
Podés elegir a quién dirigirla:

A la terapeuta que fuiste cuando empezaste: llena de intuición, dudas, entrega, miedo, fuego.
O a la terapeuta que todavía no te animás a ser: la que sueña en secreto con otro estilo, otra voz, otra manera de acompañar.

Sentate en silencio.
Respirá hondo.
Y escribí.

Decile lo que nunca te animaste a decirle.
Agradecele su fuerza, su entrega silenciosa, su instinto de sostener incluso cuando nadie la sostenía.
Reconocé todo lo que hizo por vos, incluso cuando no sabías cómo pedirlo.

Contale lo que aprendiste desde entonces.
Mostrale en qué te convertiste.
Y con ternura —pero también con firmeza— decile qué parte de ese personaje ya no necesitás seguir interpretando.

Nombrá qué estás lista para soltar.
Y qué estás dispuesta, al fin, a reclamar como tuyo: tu fuego, tu deseo, tu manera de acompañar.

Podés cerrar con esta frase ritual:
“Te veo. Te honro. Te dejo ir.
Y te doy permiso para volver…
más libre, más viva, más mía.”


Cuando termines:

Guardala en tu altar con una vela blanca.
O enterrala como semilla de transformación.
O léela en voz alta y quemásela al viento, como conjuro de renacimiento.

Este no es solo un ritual.
Es un acto de memoria.
Una despedida simbólica.
Y una bienvenida.

Porque acompañar a otros empieza cuando te animás, al fin, a acompañarte a vos.

No estás sola

Si este texto te tocó, no es casualidad.

Creamos El Arte de Ser una Gran Terapeuta Holística como un espacio de respiro, reinicio y reencuentro para las que sienten que su fuego se está apagando, pero saben que no vinieron a apagarse… vinieron a arder desde otro lugar.

Porque ser terapeuta no es un deber.
Es una forma de amor.
Y como todo amor verdadero… empieza por una misma.

Un artículo profundo sobre el síndrome de la terapeuta: cuando ayudar a otros se vuelve un olvido de una misma. Una invitación a regresar a vos.

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